2.9.09

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Cuando canto el mundo desaparece. Siento que mi cuerpo no existe, escucho como las paredes son demolidas y lo que roza mi voz es el viento: a veces poderoso y arrasador, también sereno, pacifico, puro, y quizás hasta inexistente.
Me olvido de quien soy, de cómo es mi cuerpo, de la posición de mis manos, de las expresiones en mi cara, de las personas encontradas frente a mí, de aquellas que me escuchan a lo lejos, y de las que me putean.
Pero no soy egoísta, sino que vivo para vivir. El canto es una las pocas cosas (será que no quiero aceptar el hecho de que realmente es la única) en la que me siento segura. Me apasiona y envuelve por completo. Nose si me subestimo o sobrestimo, si mi profesor es conciente de que analizo cada una de sus palabras cuando dice “podes dar mas”, “relájate”, “te salio bien”, o “no te estas esforzando”.
De todas maneras creo en el canto, en las letras de las canciones, en las melodías talentosas y no comerciales, en el trabajo por el goce aunque lucrativo, en la sensación que nace, brota y se apodera de mí. En el dulce dolor de creer que soy incapaz de mejorar. Eso me desespera y motiva a seguir. Por suerte la perfección no existe. Por suerte el cantar me brinda eso.

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